ARTÍCULOS, INICIO

Carta a una madre

Por Rosario Calderero Hernández

(Madre contra la guerra. Andrea Gómez. 1947. Museo Nacional de la Estampa. México)

Querida hermana: —permite que te llame así—. No nos conocemos, pero no puedo dejar de escribirte aún sabiendo que nunca recibirás esta carta. ¿Dónde enviarla si te encuentras en millones de sitios a la vez?
Veo con frecuencia tu imagen en televisión, sin embargo, casi siempre hablan de ti formando parte de cifras y porcentajes que ocultan el dolor, el sufrimiento y la impotencia que soportan los más débiles. El horror regresa una vez más, no ha parado de hacerlo a lo largo de toda la historia. Ya sea por política, religión, poder, territorio… Da igual quién sea el responsable del desastre que causan las guerras.

Es muy fácil para mí llamarte hermana, quizá por la condición compartida de ser mujer, madre, hija, esposa…y porque me dueles, aunque esté tan lejos y con una vida tan diferente, que apenas me deja imaginar la tuya. Me aflige verte huyendo de tu casa en ruinas, cargando con tus hijos que lloran y no entienden, tomando del brazo a tus mayores que caminan demasiado despacio, mientras tiras del escaso hatillo que has podido llevarte. Corres, siempre corres, hacia los refugios oscuros sin agua ni comida o camino de un lugar desconocido donde no serás ni tendrás nada. Me encoge el alma mirarte mientras abrazas en el suelo a tu esposo o a tu hijo, mientras cierras sus ojos inertes de soldado muerto.

Todo se repite, solo cambia el lugar, y el llanto de las madres de Palestina o Israel hoy, acallan el clamor de las madres de Ucrania o de Rusia, de las de Siria, Afganistán, o de las madres de medio planeta. ¿Qué puedo hacer yo, hermana? En la parte del mundo en la que me ha tocado vivir estamos cada vez más ciegos y tampoco escuchamos el estruendo de las bombas ocupados en la marabunta del trabajo, del disfrutar, del conseguir. Solo de vez en cuando nos rescatan del letargo, las imágenes del horror, el miedo, la destrucción y los muertos.

¡Resiste hermana!, tú no puedes desfallecer porque eres el aliento y la luz de los tuyos, y en medio de tanta brutalidad, seguirás creando vida, enjugando lágrimas, guiando pasos, curando heridas y encarando el futuro si es que lo hay.

Ojalá que algún día, el amor de todas las madres del mundo pese más que el odio de los que alientan la barbarie de la guerra. Hasta entonces, recibe el sentimiento y la solidaridad de otra madre que te tiene presente.